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La mirada crítica (A puerta cerrada)

La mirada crítica (A puerta cerrada)

ANDRÉS VELA.-
El íntimo espacio del Theatron (dirigido por Xavier Araiza) es perfecto para recibir la bofetada estética que significa A puerta cerrada, el clásico de Jean Paul Sartre que el maestro Araiza y un elenco genial han llevado a escena.
Son ya 53 representaciones, pero no son suficientes para quien experimenta el poder de este trabajo escénico, puesto al día por una brillante contextualización que Araiza hace del texto. Lo anterior es un acierto (y de una manera que no es común en nuestro ámbito), tanto en el sentido estético como ético, pues Araiza logra un vínculo entre las circunstancias en que fue escrita la obra y las de nuestro tan desvaído país.
La obra de Sartre, que comporta todos los puntos medulares de su pensamiento, fue estrenada en vísperas del fin de la Segunda Guerra y está cargada de toda la experiencia de este acontecimiento pero a través del tamiz sartreano. Araiza pone al día el olvidado concepto de “literatura comprometido”, tan vilipendiado por la clase pseudo intelectual, considerándolo vetusto y rebasado, como lo pretenden con el comunismo. Pero igual que éste último, la actitud de “escritor comprometido” se ve reclamada por los hechos, las mismas contradicciones de la dinámica social que dominan nuestro tiempo lo reclaman. Araiza ha dejado claro que la denuncia no veda al texto de su belleza, de sus grandes posibilidades en el escenario.
De esas posibilidades son vehículo los actores, quienes dan cuenta de su carácter y técnica para dar vida a esos seres tan extraños y ordinarios a un tiempo: aparentemente contradictorios pero construidos sobre la marcha a través de los diálogos que como tirabuzón, desgranan no sólo los datos de vida, sino las ideas que el pensador expone a un público cautivo de las variaciones de tono que los actores encarnan, construyendo así un solo discurso:el sistema del filósofo francés.
Así, en el periodista Garcin (espécimen que tanto interesó a Sartre: ese hombre de letras progresista y sin embargo asaltado por sus vestigios burgueses, y que es magníficamente realizado por Justino Pérez) vemos su inevitable confrontación con la cobardía y traición a sus camaradas, el sadismo ejercido a su esposa (su rostro en un juego constante de tics que comunican toda una convulsión interna); Inés (maravillosa Jessica Berzosa siendo puro vértigo), desde su despecho criminal llega para ser punto de tensión entre Garcin y Estelle y ella misma, con su intensidad lésbica, esgrimiendo la seducción sobre el desconcierto y vanidad de Estelle, e increpando a Garcin, ya sea como rival o inquisidora; y Estelle (el encanto de Gely Ortegón), con un talante que oscila entre la ingenuidad y la frivolidad, yendo de uno a otro, complementando la situación absurda, con su mirada deseosa de ser deseada para abatir la ausencia de tiempo lineal y la fatalidad de sus actos, perniciosamente glamurosa y esparciéndose por el breve escenario.
Y ése Camarero (Alejandro López)impertérrito, que pareciera moderar el juego de actuaciones, apareciendo para introducir a un nuevo inquilino y marcar la transición a otro momento escénico. Parquedad expresiva: en su sobriedad guarda un rictus fascinante desde que abre la puerta al espectador, y va del gesto irónico a una indiferencia que casi raya en el hartazgo.
El ritmo formidable de la obra le confirma al lector que un texto como éste, sin desmerecer como literatura, es antes que nada teatro; algo que tiene que verse y vivirse en el teatro, o de otro modo, su fulgor y objetivo quedan limitados. ¿Era Sartre un pensador antes que un escritor? Sin duda eligió la escritura como estrategia de guerra pero también como el esteta que era, atraído por la belleza y precisión de la palabra. El ritmo mencionado no puede haber sido previsto sino por un gran lector-escritor, cuya dramaturgia sigue sacudiendo algunas “conciencias tranquilas”. Pero hay un logro que es total mérito del conjunto de actores y su Director: mostrarnos a un Sartre conmovedor.

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