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EL RULFIANO PASTOR DE CABRAS…

EL  RULFIANO PASTOR DE CABRAS…

POR ARISTEO JIMENEZ

Cuando era pastor de cabras, me gustaba subirme al Cerro del Chicharrón, desde ahí se divisaba todo San Juan con su enorme iglesia de ladrillos rojos construida por mi tío Gómez,— un gran albañil— a quien el padre Varela el día de la consagración del templo le dijo que ya tenía el pase asegurado al cielo. Mi tío Gómez lloró de la emoción al recibir la noticia y mando matar una vaca para cocinarla en barbacoa, he invitó a todo el pueblo, se bebieron además un camión de coronas y victorias. Desde arriba del cerro veía bajar los muertos por el camino de tepetate, rumbo al Panteón del Tulillo. atrás del cortejo iban las plañideras, los burros con las ofrendas florales y una señora con una botella de alcohol para los que sufrían desmayo.

A veces se me perdía una cabra y mi papá me mandaba a buscarla, como no la encontraba me quedaba a dormir en una cueva llena de murciélagos, al otra día iba mi papá a buscarme muy enojado porque no había llegado a dormir y me perseguía con el cinturón para pegarme, entonces me subía a un barranco y le gritaba que solo bajaría si guardaba el cinto, hecho el trato bajaba y nos íbamos para la casa cortando tunas por el camino. En San Juan aún se respiran los aromas del huizache y las flores de nopal, se escucha el motor del molino, cuando mi tía Atilana muele el nixtamal para hacer las gorditas de horno que muy temprano carga en dos burros y las lleva a mercar a Ahualulco el Domingo por la mañana

Roberto Guillen

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