POR DAN SANTOS
Jesús NO se dejó asesinar para calmar la ira de un dios asesino, caprichoso y sediento de sangre.
Jesús OFRENDÓ su vida permitiendo que le torturaran y mataran para enseñarnos el valor del amor, de la entrega absoluta, del sacrificio propio que es semilla para un mundo con paz y felicidad. Y para demostrar el triunfo de la vida sobre la muerte.
Ofrecer sacrificios de sangre a un dios a cambio del perdón de nuestras faltas para calmar su ira y venganza nos deja en igualdad de circunstancias con los «idólatras» que ofrecían sacrificios humanos a sus dioses, como los aztecas que tanto horrorizaron a los conquistadores españoles.
Y un dios que necesita y exige la muerte de alguien para calmar su ira y no destruirnos, no es mejor que cualquier otro dios creado por el hombre.
El Dios en el que creo es uno de vida y amor, uno que propicia vida plena, vida completa, vida abundante mediante el ejercicio del amor en todas las áreas de la vida y el quehacer humanos.
El sacrificio de Jesús es ejemplo de vida, de entrega a los demás, de servicio; nos toca a los que nos decimos sus seguidores replicar ese ejemplo y hacer esa ofrenda sacrifical todo el tiempo, a todos sin excepción, sembrando amor que sustituya la cizaña sembrada en el mundo por el odio y el egoísmo.
Idolatrar el sacrificio sanguinario y expiatorio más que entender el significado de ese sacrificio y el llamado que se nos hace a vivirlo, es triste y nos aleja cada vez más de la posibilidad de ser «levadura» que fermente la masa; sal del mundo y luz de la tierra como hemos sido llamados a ser.
Reflexión de domingo, por el Reverendo irreverente, osease yo mero.
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