ROBERTO GUILLEN
En el tono de su voz, en su mirada y en su condición de mujer que se ha labrado a sí misma, consigo interpretar esa bella expresión para describir a los espíritus fuertes: «así se templó el acero». Fue un encuentro fortuito en el bello escenario de la librería Galindo, donde Lulú Garza tuvo la grandiosa humildad de aproximarse a nuestra mesa para iniciar un vibrante diálogo, donde se descubriría a si misma como una cantante que todavía no es, una cantante que lucha por surgir de una feria de obstáculos que le jugó la vida, tanto con relaciones fallidas como con una ardua batalla contra el cáncer. Lu Garza, como le llaman sus amistades, sobrevivió a los páramos lóbregos de la enfermedad, la tristeza y el desamor. Y esa nochecita, en que me hacía acompañar del jurisconsulto. Miguel Jasso, le revelaría la canción de Manuela Torres que traigo entre dientes, una nostalgia de oro que me permite flotar en un tin-tineo de felicidad, porque esa es la gran riqueza de la Canción. Bien lo dijo Cervantes: El que canta, sus males espanta. Pues me cantó un pedacito de «Si Supieras», la canción de una sentimentalidad que no entiende de edades ni prejuicios. Porque así es el Amor: o morimos viejos ocultando nuestros sentimientos o perecemos jóvenes aceptando el martirio de las pasiones, diría mi amado Balzac. Esa bendita noche de viernes Lu me revelaría que es prima de esa dulzura llamada Alicia Luna y que es sobrina del Viejo Paulino. De ahí su vena y estirpe musical. Que de chavita le regalarían un acordeón, pero como no era lo suyo, se lo vendió al viejo Lalo Mora. Ella es una mujer de a deveras. Una Mujerona. Le queda esa expresión de la gente r-e-a-l: «A mi nadie me ha regalado nada». Porque ella se ha cincelado a si misma como empresaria que produce tortillas de harina, que con el paso de los años, ha logrado configurar una cartera de clientes, de tal manera que ya tiene sus rutas pre-establecidas. Revestida como una flor de Generosidad, Lu me ha extendido una invitación para celebrar su cumpleaños en el Garza, un barecín en el centro de Guadalupe, donde conoceríamos un ramillete de mujeres independientes y donde Lu asumió la valentía de treparse al escenario para descubrirse más allá de madre y empresaria, para presentarnos a la Voz que durante tanto tiempo ha permanecido bajo la sombra de una pertinaz opresión.
Así nos complacía Lu con la nostalgia de Manuela Torres:
«Si supieras lo que he hecho por venirte a ver
Si supieras lo que he dicho por verte otra vez
no te enfadarías nunca y no dudarías de mi amor por ti
si supieras que he mentido por volverte a ver
si supieras lo que lucho por poder salir
piensan que soy muy pequeña para ser feliz
nadie en casa me comprende, todos me censuran mi forma de ser
si supieras lo que invento por volverte a ver
cuando llegará ese día en que no me separe nunca más de ti
cuando llegará la hora en que salgamos juntos,
pero sin mentir
y verte, y hablarte, cada vez que yo quiera
y verme y hablarme cuando lo quieras tu
Lu y su Amor de Madre. No puede ocultar el gran amor que le tiene a su hijo, a tal grado que cuando habla de él, un brillo celestial cintila en su mirada. Vuelvo al punto: en sus palabras, en su mirar de poderosa magnolia, en toda la aureola de su ser alcanzamos a leer un: Así se forjó el acero, criaturas melifluas. Y es que el destino la colocó en la circunstancia de ser padre y madre. Podríamos escribir un libro de Lu, pero hoy solo diremos que recientemente se le antojó comprarse un coche nuevo y su vehículo se lo regaló a su hijo.
Lu, el Coraje de Vivir, luchar y Amar…
