POR ROBERTO GUILLEN
La he visto caminar por las calles de la ciudad como una barby embrujada. Sí, queridos lectores, la hija de Vladimir Putin guarda un sombrío parecido con la María Cuadrado que Mario Vargas Llosa describe como un destino deshilachado, en su novela La guerra del fin del mundo. Y va por la vida con la mirada extraviada y sedienta por un vodka de cariño. Hay quienes la han encontrado en sus arrebatos de fiera indomesticable, pero pocos han tenido el gusto de aparecerse cuando un relámpago de sensualidad brota de su roto destino, como en aquella tardecina, frente a la Coliseo, según nos cuenta el abogado Miguel Jasso, quien presenció el momento en que unos policletos la querían arrestar por andariega rezongona, pero la sensualidad de una Marilyn Monroe puso a galope sus deseos para quitarse el abrigo que vestía, y mostrarse como la Eva indómita que nunca pudo conquistar la revista Play Boy.
Era muy bonita Guillén, yo pude ver su cuerpo, Hermoso…sus pechos rositas, así como de quinceañera, me cuenta el duendecillo luminoso chismosillo que suele alimentar su espíritu con la buena literatura en el café koala.
No es por presumirles, pero en una ocasión los Dioses me brindaron la oportunidad de ensayar la piedad al invitarla a comer en la Burguer King, luego de que Helena Urbana, esa rubia callejera que una noche me brindó sus labios, me dijo que la rusa de Putín tenía hambre, que si no la podía invitar comer. Y aunque ya me andaba largando pa Guadalajara, donde iba a presentar mi libro del Padre Pedro Pantoja, me di la oportunidad de creer que me encontraba en una cita celestial con Svetlana Chorkina, esa gimnasta rusa que me robó el corazón en las olimpiadas de Atlanta.
Dicen que la rusa de Putín era grandiosa para el Ballet y que daba clases de patinaje sobre hielo. Que era primorosa…hasta que se volvió loca por un ojete regiomontano que la abandonó.
Si ven a Svetlana, por favor bríndele un vodka de cariño, por favor…