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EL ZARPAZO DE LO INESPERADO

EL ZARPAZO DE LO INESPERADO

@guillenwriter

Se supone que ese domingo felizmente me iba a comprar un sombrero negro. Aaaahhh…bendita sea mi libertad, decía para mis adentros , mientras viajaba en el ruta 2500, y con superlativa fruición contemplaba el bello Cerro de la Silla. Todavía sentía el goce de haber estado el viernes en el Gallo de Oro con la Betocha, el rotulista urbano que inexplicablemente no aparece en el catálogo de Aristeo Jiménez. Aaahhh…que dicha la mía contar con la amistad de Beto González, otro personaje urbano, que llega al Centro Cultural La Bolitta con su anforita de tequila y generosamente me comparte unos tragos. ( Beto Style, así lo tengo en mis contactos de whatsap). Dos bellos eventos que nomas de evocarlos, me hacían flotar de felicidad. Y aunado a mi soñado sombrero negro…uuufff, me sentía flotando en la nube de una alegría navideñamente infantil, hasta que me asaltó el zarpazo de lo inesperado. Una vez más me vi frente al Monsieur Cinema que soy, imbuido en un largometraje del que no puedo escapar. Resulta que al parar el urbano frente a la tienda Liverpool, precipitadamente intenté descender de la unidad pero perdí pisada y sufrí una aparatosa caída (les confieso que ni mis estados mas agudamente etilicos me ha pasado este tipo de cosas). Literalmente caí al suelo como un pesado costal de papas, sobándome al instante el cuello porque me había llevado un madrazo y otro en el hombro; pero la crispante sorpresa devino cuando una pasajera me extendió un rollo de papel sanitario, y de inmediato me alertó:

Está sangrando señor, tenga, cuando menos para que se tape la herida…

Luego me hizo una pregunta que todavía me sigue taladrando como un eco indeleble:

Tiene seguro?

No

La pregunta la sentí como una patada en la boca del estómago. Irremediablemente la fulana se esfumó. Pero ya otra samaritana venía en mi auxilio porque estaba recogiendo mi mochilita del pinche partido verde que me obsequiaron en un foro de la reforma judicial. Era una jovencita como de unos 20 años, que me hizo sentir senil porque me tomó del brazo y me ayudó a incorporarme. Fue entonces cuando vi la gravedad de la herida, y cómo palpita de auxilio un cuerpo que se está desangrando, que se le está yendo la vida…uuuta, se supone que este domingo felizmente me iba a comprar un sombrero negro.

Pues resulta que al caer del urbano intenté apoyarme en el anuncio de un parabus, cuyo vidrio estaba desprendido, provocándome una profunda herida en la mano derecha.

Venga señor, aquí cerquitas hay una farmacia del Dr, Simi, lo voy a llevar para que lo atiendan, me dijo la celestial samaritana. Frente al puente del Papa me desplazaba pendejamente aturdido. No me reconocía a mí mismo. La sangre me escurría por el brazo. Tan solo caminaba como un autómata estupefacto. Cruzamos Ocampo y en la esquina de Juárez e Hidalgo ingresamos a la farmacia del Dr Simi, cuya dependienta nos dijo que en seguidita estaba el consultorio baratón. Apenas ingresamos a la sala de espera, la angelical samaritana se despidió

Aquí lo dejo señor, espero que se recupere

Gracias, que amable señorita

Fueron instantes eternos de una espera calamitosa. Embargado por la daga interrogante del cómo chingaos le voy hacer para salir de este trance. Obnubilado de estupor por la manera nerviosa cómo palpitaba mi dedo meñique ante la herida que ya amenazaba con obstruir su buen funcionamiento. Clarito pude interpretar los movimientos calambrinos de mi pobre dedito, Era algo así como: cabrón, te estas desangrando, apúrate que se te está yendo la vida. Y cuál fue mi sorpresa que al virar hacia el suelo, un salpicadero de sangre me hizo estremecer y emitir una mirada de socorro a quienes iban por delante de mi en la sala de espera. Fue entonces cuando un joven se compadeció y me dijo:

No se preocupe, ahorita que se abra la puerta sigue usted, le cedo mi lugar

Gracias

Recuerdo que al abrirse la puerta del consultorio tanto el paciente como la doctora se sorprendieron del chorreadero que pintarrajeaba mi brazo. Al instante la joven doctora observó la herida y dictó su diagnóstico:

La herida es profunda, va a tener que ir a un hospital para que lo suturen, yo no puedo hacer nada.

Acto seguido intentó despacharme en un tris, pero yo le dije que no me podía dejar así:

No me deje morir doctora, cuando menos póngame una venda. Necesito ir a un cajero a sacar dinero, y si voy así por la calle, la policía me va a querer detener, gloriosa y bondadosamente la empleada del Dr Simi me la lavó la herida, roció un sprite para evitar se infectara la herida y luego me colocó una venda.

La despedida fue inolvidablemente encantadora. Como para volver a creer en la humanidad:

Ande, ande,vaya, no es nada, vaya, vaya a un hospital…

Ya mas confortado por el vendaje de la herida, pude pensar con más claridad y ordenar mis movimientos. Después de ir al cajero solicité un taxi por aplicación y me enfilé rumbo a la Cruz Roja. Desde mi inicial recibimiento hasta el último instante que recibí atención médica, bien lo puedo calificar con el grado de Excelencia. En la Cruz Roja te atiende un formidable equipo de profesionales que le hacen honor al mismo Galeno. Jamás olvidaré la imagen descarnada de una herida, frente al profesionalismo de un doctor que diligentemente maniobra para curar a su paciente. Cómo me hubiera gustado que alguien se apareciera para videograbar a Monsieur Cinema en el zarpazo inesperado. Se supone que felizmente iba a comprarme un sombrero negro.

Roberto Guillen

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