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EL LABERINTO DE LA DIGNIDAD

EL LABERINTO DE LA DIGNIDAD

DANIEL BUTRUILLE

Hoy en día, la inconformidad real de las sociedades se juzga por su capacidad de indignación versus su indiferencia natural. La sociedad francesa manifestó una enorme capacidad de indignación en su primera semana de protesta alrededor de los “gilets jaunes” (chalecos amarillos) para tumbar las reformas propuestas por un gobierno más enfocado a sus necesidades de recursos que a las capacidades de unos contribuyentes ya exprimidos y cuyo poder adquisitivo se veía cada día más mermado. Después de ocho semanas, la indignación se ve paulatinamente sustituida por la indiferencia y en forma más peligrosa, por el desorden y un intento de subversión. Aquí en Nuevo León, la indignación genuina por un trato fiscal injusto e insultante por parte del Ejecutivo, y con el beneplácito de los propios representantes (supuestamente) populares, está cayendo en una indiferencia que le da luz verde al Ejecutivo para seguir hurgando en el bolsillo de los causantes locales para subsanar su ineficiencia en el manejo de los recursos públicos, cuando no en su deshonestidad en estos manejos. El “borrón” fraudulento de una parte de la Ley votada por el pleno ni siquiera provoca indignación de los propios diputados. Son cómplices del fraude. La indignación contra la corrupción del PRIAN que dio entrada al gobierno independiente (¿?) del Bronco no ha apagado la inconformidad ciudadana. Porque el gobierno independiente mostró indiferencia hacía la corrupción. Muchos dirán que más que indiferencia se trata de complicidad activa. Cuando la indiferencia se transforma en complicidad, la indignación se vuelve más fuerte. La impunidad es una forma de complicidad. Denunciar la corrupción de los gobiernos del PRIAN y la corrupción en Pemex permitiendo una impunidad criminal es ser cómplices de los gobiernos denunciados. El gobierno de AMLO se apoderó de México en nombre de la indignación contra la corrupción. Está cayendo en complicidad descarada por denunciar sin castigar, demostrando nula voluntad de combatir el crimen. O incapacidad para combatirlo. Indiferencia o indignación. Las sociedades del siglo XXI necesitarán definir si se quedan calladas en su indiferencia o si son cada día más capaces manifestar su indignación en la calle o en actitudes de repudio eficaces (incluyendo la huelga de pagos de contribuciones injustas) contra gobiernos que no entienden dónde está el límite de su ineptitud. Pero que exhiben permanentemente su deshonestidad. La indignación legítima corre el peligro de ser infiltrada por movimientos violentos cuyos objetivos son el caos y el desorden. Es el precio de la ineptitud y de la deshonestidad. butruilled@hotmail.com

Roberto Guillen

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