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CUANDO LA MUERTE SALIO DE SHOPPING EN MONTERREY

CUANDO LA MUERTE SALIO DE SHOPPING EN MONTERREY

ROBERTO GUILLEN
Cuando la muerte salió de shopping en Monterrey, se fueron apagando las luces de la ciudad. Uno por uno los antros del Barrio Antiguo se fueron quedando como muertitos.
Pero las matracas de trueno también disecaron al nacionalmente conocido como el “Mall del Tubo”: esa feria de la lujuria que todos los regiomontanos felizmente gozamos por la calle Villagrán, a la altura de Treviño, entre Carlos Salazar y Arteaga.
¡Aahhhh! Donde hubo cachondeos, nostalgias quedan.
Ahora junto al “Tangalay” una nena darky, tapizada de tatuajes, aterrizaba el sueño húmedo del proletariado, a precio de mayoreo.
Al caminar frente al concurrido téibol “El Infinito”, una vez más me asalta el suspiro y me viene a la memoria los hálitos fantasmales que Shakespeare pone en boca de Hamlet:
No hay nada serio en el destino humano: todo es juguete. Gloria y renombre han muerto. Se han esparcido los vinos de la vida, y en la bodega sólo quedan las heces. Y es que, si ustedes se paran en la esquina de Carlos Salazar y Villagrán, se van a percatar que hasta el tiro de gracia le propinaron al Sabino Gordo, cuyos muros exhiben esos agujerones-mal-aguero, que dejan las monstruosas AK 47.
Algo así como la impronta de la batalla, donde las tiroteadas paredes de la ciudad nos trasladan a la disputada Piel de Helena, aquella venusina mítica que provocó la nueva Guerra de Troya.
Digamos que el téibol significa la compensación social del regiomontano, ante la falta de una playa paradisíaca que nos auxilie a mitigar los calorones de 40 grados para arriba. Y resultaba tan apetecible dicha compensación, que hasta los mismos chilangos que acudían a degustar esas pasarelas electrizantes, solían expresar cosas como : “pero no es posible, por qué tan barato, si hasta parecen como edecanes para un diputado federal, no es posible”.
Pero llegó la lumpen-balacera. Y como bien dijo Mauricio Fernández, ahora ya cualquiera se siente capo. Es decir, se lumpenizó el negocio de los narcos. ¡Claro! Claro, el día que se inyecten los filmes de un Francis Ford Coppola van a dejar de andar cortando cabezas como si fueran sandías de temporada. Acuérdense de aquellos pobres milicos que les rebanaron la chompa en el Givenchys, un mini-teibol pintoresco, donde las nenorras se vestían como si fueran alumnas del Instituto Oxford. ( Sí, me refiero a esa falda de cuadritos verdi-rojos, y con sus calcetones hasta el huesito de la rodilla).
Esa fábrica de la Lujuria nos atraía y nos seducía hasta la hipnosis. Como lo fue aquella noche en compañía de mi camarada Andrés Vela, que se me extravió un discurso de Robespierre, el bato que armó la Revolución Francesa, que después terminó cortándole la chompa a sus camaradas revolucionarios. Por cierto, era un primoroso discurso que me había obsequiado mi brother David Chomsky.
Pero entre la hipnosis de las minifaldas ondulantes, de pronto esos documentos habían desaparecido de mi mesa, por lo que,cual cucaracha extraviada, andaba buscando bajo las mesas las ideas de Robespierre, mientras las mamacitas del Deseo así me arponeaban:
¡Andile cochino!
¡Andile cochino!
¡Andile cochino!

La histórica party de la pasarela electrizante me acarrea la imagen de Aboites, un filósofo marginal, de esos que en su pintoresca jodidencia se van de compras por cinco pesos de huevo, cinco pesos de chorizo y cinco pesos de tortillas. Pues ante su calamitoso invernadero, en una ocasión me lo llevé al Blanquita, donde el Fufurufu también mercadeaba con el furor del momento. Recuerdo que al escenario saltó una mujer regordeta, que rotulaba el aire con sus manazas de panadería. Y cuando al fin se desprendió de la tanga, desde sus lentes con fondo de botella, el filósofo marginal así me disparó:
Guillén, vámonos a la chingada, esto no es un desnudo. Yo prefiero masturbarme, escuchando la voz de una locutora de Radio Nuevo León…vámonos a la chingada, Guillén.
Ya sobre las banquetas regiomontanas, al estilo peripatético de Platón,me presumía un luminoso comentario del pensador francés Roland Barthes:
Fíjate que Barthes prefería espiar a su vecina, observando desde una rendija de la ventana, la viva desnudez, sin que hubiera ningún signo de pesos de por medio.
***
¿Dónde quedaron esos 10 ejemplares de mi libro Labios de Warrior? ¿A dónde fue a parar mi preciosa chaquetina que compre fiada con los aboneros de la Coppel, y que me hacía ver como toda una promesa intelectual?
Son las preguntas que me hago, mientras contemplo la fachada tiroteada del Sabino Gordo, donde una mala noche bailoteaba y bailoteaba al ritmo de Cornelio Reyna, con una morena de fuego que se distinguía del insípido montón por la cicatriz de un navajazo que exhibía con aires de ¿A poco no me veo chingona?
Más allá del simple roce, nos pusimos de acuerdo para irnos a revolcar en un hotelucho de la zona. Pero antes de llegar, le ordenamos al taxista malandrín que se parkeara en un oxxo, para ir por unos tecates, porque han de saber que, antes de todo encuentro, me gusta calentar el momento con un lindo palique y una sabrosa cerveza.
De guey cometí el horror de pagarle por adelantado, por lo que al regresar con el six de tecates, el ojete ruletero se había esfumado, llevándose los 10 ejemplares de mi libro Labios de Warrior y también mi preciosa chaquetina que adquirí fiada en Coppel.
Pero el tiempo ha soplado…y ahora el Sabino Gordo luce desolado. Un par de teporochos se rascan los piojos, echados junto a lo que era la puerta principal. Viro la mirada por encima de la puerta, y un kármico “ahh caray” me sorprende, al ver otro zarpazo de plomo:
Hasta el tiro de gracia le dieron al establo…

Roberto Guillen

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