JOAQUIN HURTADO PEREZ
En casa de Zenón había un lugar especial en la cabecera de la mesa para el señor de la casa. ¿Y mi padre? Chiflando la Pirulera.
Al llegar el papi de Andy en una moto gigante los niños dejaban lo que estaban haciendo para colmarlo de mimos. ¿Y mi papá? Silbando la Pirulera.
Así era en todos los hogares de mi vecindario. El padre como figura estelar, como personaje idolatrado, lejano, omnipresente, heroico, semidiós. ¿Y mi papá?
Silbando la Pirulera.
¡Qué raro es tu papi!
¡Es muy platicador el loco!
¡Qué chistoso!
¡Ni parece tu jefe!
¿No trabaja?
Mi papá nació jornalero. Al llegar a la ciudad se hizo electricista: montaba changos, escondía diablitos, arreglaba cortocicuitos, hacía posible la luz. Por esa razón su trabajo era muy bien pagado. Cobraba por lo que sabía, no por el tiempo destinado a alguna labor. No daba abasto como profesional tejabanero de instalaciones sencillas o de alto voltaje. Le sobraba el tiempo, se lo regalaba a sus amigos, no lo desperdiciaba en acumular riquezas. Por eso éramos muy pobres pero muy felices. Silbando la Pirulera.
