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EL ARTE DE BENDECIR

EL ARTE DE BENDECIR

JOAQUIN HURTADO PEREZ

Mi generación (1976-1980) de profes normalistas es como cualquier grupo de gente decente y puritana muy dada a lanzarse saludos gotosos en los círculos de wasap. «Bendecido día, compañeros». «Feliz y maravilloso lunes». «Dios bendito les de fuerza y salud para disfrutar al máximo este domingo». «Bendiciones para que descansen merecidamente esta noche». Mis colegas maestros de la Normal, muchos ya jubilados, sacan lo mejor de sí en fórmulas gastadas, estandarizadas, neutras y cansinas para recordarse mutuamente la dicha de estar vivos cobrando en tres nóminas abultadas y linda casita de playa en Cancún, muy cuidados jovenazos por la mano de un dios que no tiene otra ocupación más importante que velar por el bienestar de esta bola de proactivos muchachones que rondan los sesenta años, colmados de buena vibra en sus corazones con marcapasos, rebosantes de proyectos ganadores, rodeados de hijos triunfadores y nietos más brillantes que Einstein y Picasso. Emitir bendiciones y frases huecas es en estas personas un arte que no tiene ya ningún significado pero que a falta de nuevas fórmulas de interacción personal los salva de quedarse al margen de la moda. A mí me da un poco de pena, sino es que profundo desprecio, ver cómo actúan y se expresan aquellos léperos borrachines de los años de estudiantes. Sin embargo yo también les deseo feliz y bendecido martes, profesores de la máxima hueva, directores del lenguaje fatigado, doctorados en la sutil violencia de la hipocresía.
P.S. No me esperen en la fiesta de generación porque no voy a aguantar sus sonrisas prefabricadas ni sus bendiciones disparadas a quemarropa. Besitos.

Roberto Guillen

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