JOAQUIN HURTADO
Me pregunto qué hubiera pasado en aquel Monterrey de los ochentas si yo no hubiera disuadido a algunos jovencitos enfermos de sida que pretendían denunciar públicamente a los supuestos causantes de su infección, entre ellos reconocí a un prestigiado académico de una universidad local, un periodista de medios impresos, un político encumbrado y un famoso artista visual, todos varones maduros, casados, con una vida familiar y profesional aparentemente perfecta. Tanto los denunciantes como algunos de los señalados ya murieron. «En este barco todos nos hundiremos, dirige tus recursos y últimas energías a arreglar tus propios asuntos», recuerdo que yo les decía, temiendo consecuencias más desastrosas para ellos, sus allegados, la sociedad confundida y aterrorizada, y los muchos nuevos casos que aparecían cada mes. Me sigo preguntando qué hubiera sucedido con el curso de la epidemia de homofobia, estigma y discriminación que después 35 años seguimos padeciendo en el ámbito personal y en la vida pública en una ciudad como Monterrey.